viernes, 27 de mayo de 2011

El gusto por aprender...

¿Se perdió el gusto por aprender o, más bien, se nos ha dificultado percibirlo?


Me hago esta pregunta en vez de identificarme con la inquietud expuesta por Fernando Del Mastro Puccio[1], quien titula su artículo preguntando: ¿por qué se perdió el gusto de aprender? Me niego rotundamente a reconocer que niñas y niños, que adolescentes y jóvenes, que adultas/os hemos perdido el gusto de aprender.

La vida es aprender, perder el gusto por aprender sería perder el gusto por vivir.

¿No siente usted este inmenso gusto, esta profunda satisfacción al darse cuenta de haber crecido, de haber desarrollado una nueva habilidad, de haber construido un nuevo conocimiento, de ser una persona nueva, de haber superado un problema, de haber resuelto un ‘clavo’ serio, de poder compartir con las y los demás, de poder escuchar, de poder extrañarte ante lo desconocido, interpretarlo y poder ubicarlo y comprender, de identificarte como persona más íntegra, más capaz,...? ¿No siente Usted unas inmensas ganas de saber más, no sólo conocer, sino también saber, saber hacer, saber crear, saber SER? ¿No es así que cada problema real que enfrentamos en la vida nos invita a movernos, a ‘mojarnos’ para superarlo, a cambiar para mejor?

Cada vez de nuevo, al compartir entre estudiantes (igual yo, sigo siendo uno), me llama la atención su gran capacidad de interpretación, desde diferentes ángulos, desde diferentes experiencias previas,... muchas veces sorprendentes y siempre meritorios de procesos de intercambio productivo, siempre indispensables para emprender un proceso de construcción colectiva de una nueva oportunidad de aprendizaje (P-COA_acem[2]).

En el mencionado artículo se adjudica la pérdida del interés por aprender a tres factores (dos retomados de Luis Pásara y uno propio del autor):
  1. Un predominio de la imagen y la tecnología en la vida del niño
  2. La falta de utilidad de la educación para lograr un puesto de trabajo
  3. El sistema educativo ha claudicado en la tarea de impulsar la búsqueda del propio sentido de vida por parte de estudiantes.

Independientemente que las críticas al sistema educativo sean reales, no puedo, ni debo estar de acuerdo con la afirmación que se ha perdido o se está perdiendo el gusto por aprender.  Más bien quiero afirmar, con mucha certeza: a pesar de la falta de utilidad de la educación, a pesar de que el sistema educativo ha claudicado en la tarea de impulsar la búsqueda del propio sentido de vida por parte de sus actoras/es clave, sin embargo sigue siendo muy notorio el gusto por aprender, el cual constituirá el insumo fundamental, el motor de arranque, siempre y cuando sepamos construir, conjuntamente los contextos que faciliten el aprendizaje.

El autor del texto referido, menciona dos pautas concretas:

  1. Evitar que la enseñanza sea vertical.

  1. Promover directamente el tema del sentido de la vida.

Dos pautas muy importantes, muy significativas.  Me atrevo a mencionar, con mucho respeto, otras, que también calificaría de indispensables, e igual ‘entre otras’:

  1. Considerar todo proceso educativo como un proyecto de poder compartido, de responsabilidades compartidas, ya que se trata de un proyecto colectivo.  No es así que el o la docente es dueña/o de su clase… en caso de hablar de dueñas/os, en todo caso serían todas y todos las y los actoras/es involucradas/os.  Como docente, ¿estoy dispuesta/o, de verdad, a compartir el poder?  En caso que mi respuesta es sí, entonces, necesariamente la capacidad de negociación será una de mis principales herramientas para construir comunicación y relación de igual a igual y lograr resultados donde todas/os ganamos.  Implicará que la negociación será parte esencial, desde el inicio, de toda ‘sesión educativa’.

  1. Ubicar en el núcleo de todo proceso educativo al SER, lo que implica valorar positivamente todo aporte personal al proceso, ya que viene desde lo más profundo de las personas.  Y, aunque aparentemente un aporte parezca más bien destructivo, sin embargo, disponerse a interpretar y descubrir el mensaje personal de fondo.

  1. Ubicar al conocimiento en el lugar que le corresponde: un medio, no el fin.  El aprendizaje no pretende la acumulación de conocimientos, sino el cambio de actitudes, de las cuales el componente ‘cognoscitivo’ sólo es uno, a la par del componente afectivo, conductual, psico-motor, ético y volitivo.

  1. Estar consciente que si quiero que cambien las cosas, entonces lo primero es que tengo que dejar de hacer las cosas tal como los estaba haciendo.  La promoción de un cambio de actitud, como impacto de un proceso de aprendizaje, también incluye la de su facilitador(a).  La disposición al cambio, a nivel personal, constituye la piedra angular para su facilitación en el contexto que vamos construyendo entre todas y todos.

  1. Dejar de identificar el aprendizaje como un producto que se logre únicamente en la escuela, y, al contrario, construir conciencia de la importancia de los aprendizajes que se construyen en otros espacios que no sean la ‘escuela formal’.  Además buscar formas de integración activa y constructiva entre los diferentes espacios y contextos de aprender, no sólo como producto, sino también como proceso.  Es importantísimo que la escuela, como institución se abra y que se proyecte como parte integral e integrada de nuestra realidad contextualizada, ubicándose como tal: la escuela como expresión viva de comunidad.


El gusto por aprender no se ha perdido, nunca se perderá.  El desafío nuestro, como educadoras/es, como sistema educativo es, al contrario NO negarlo, sino disponernos a percibirlo, identificar y caracterizarlo, compartir y ampliarlo, incluyendo – y tal vez en primer lugar – para nosotras/os mismas/os.


Es con esta tarea por delante, coincido nuevamente con Fernando Del Mastro Puccio y concluyo esta reflexión con las mismas y más palabras de Nietzsche, quien al referirse a los nuevos filósofos – en nuestro caso las/os nuevas/ educadoras/es – plantea que debemos ser: “…curiosos hasta el vicio, investigadores hasta la crueldad, dotados de dedos para asir lo inasible, de dientes y estómagos para digerir lo indigerible, dispuestos a todo oficio que exija perspicacia y sentidos agudos, prontos a toda osadía, gracias a la sobreabundancia de voluntad libre, dotados de pre-almas y post-almas, en cuyas intenciones últimas no le es fácil penetrar a nadie con su mirada, cargados de pre-razones y post-razones que a ningún pie le es lícito recorrer hasta el final, ocultos bajo los mantos de la luz, conquistadores, aunque parezcamos herederos y derrochadores, clasificadores y coleccionadores desde la mañana a la tarde, avaros de nuestra riqueza y de nuestros cajones completamente llenos, parcos en el aprender y olvidar, hábiles en inventar esquemas, orgullosos de tablas de categoría, a veces pedantes, a veces búhos del trabajo, incluso en pleno día; más aún, si es necesario, incluso espantapájaros – y hoy es necesario, a saber, en la medida en que nosotros somos los amigos natos, jurados y celosos de la soledad, de nuestra propia soledad, la más honda, la más de media noche, la más de medio día…”

Construyéndonos con estas características, no cabe duda que lograremos percibir, en primera instancia nuestro propio gusto de aprender, así como también el gusto de aprender de nuestras/os estudiantes, madres y padres, vecinas/os… de toda la comunidad educativa entera.  Hagamos de toda clase, de toda actividad educativa un nuevo proyecto compartido (aprendizaje global significativo) y les aseguro que las ganas y los gustos por aprender EXPLOTARÁN.


2 de septiembre del 2007
Herman Van de Velde
Estelí


[1] Fernando Del Mastro Puccio (2007), ¿Por qué se perdió el gusto de aprender? La educación y la búsqueda de sentido.  Recuperado en: http://www.tercaopinion.org/art136.htm  
[2] P-COA_acem: Procesos de Construcción colectiva de Oportunidades de Aprendizajes, integrantes de actitudes emprendedoras de calidad

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